martes, 23 de abril de 2013

Reflexión bibliográfica:

Castaño Garrido, Carlos (2003). “El rol del profesor en la transición de la enseñanza presencial al aprendizaje ‘on line’”. En Comunicar, Revista científica de comunicación y educación, 2003, 21. 

Disponible en:

http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=755201 [18 de abril de 2013]

A pesar de lo prometedor del título de este artículo, he de confesar que no me ha gustado. Quizá, en gran medida, porque desde que fue escrito hasta ahora ha llovido mucho en la educación, y este llover nos trae una cierta perspectiva con la que poder relativizar los contenidos que aquí se presentan.

En primer lugar, me parece un equívoco contraponer, sucesivamente, las dos modalidades de enseñanza-aprendizaje a las que se alude: la que el autor denomina, demasiado a menudo para mi gusto, “tradicional”, y aquella otra “basada en la red”. En mi opinión, estas dos modalidades se complementan totalmente, hasta el punto de llegar a solaparse en contextos como, por ejemplo, presenciales con una alta carga de autoestudio. En consecuencia, pienso que en lugar de oposiciones, lo que cabría y sería deseable encontrar en un artículo que hace referencia a una supuesta “transición” es más bien un continuo.

En otro orden de cosas, considero que sería más ajustado referirse a la primera de estas dos modalidades como “enseñanza presencial” —coincidiendo así con el título del artículo—, ya que todos somos conscientes de las connotaciones que conlleva el calificativo “tradicional”, aplicado ya no solo al ámbito de ELE, sino al de la educación en general.

Pienso además, que bajo esta denominación y bajo la caracterización de los distintos tipo de aprendizaje que proponía Yeung (2001) (en Castaño Garrido, 2003:51), lo que aquí subyace realmente es, por un lado, un reduccionismo y, por otro, quizá una excesiva fe en las tecnologías y en la red.

Reduccionismo, de una parte, porque hace mucho que los entornos presenciales dejaron de pivotar en el profesor, en el libro y en un largo etcétera de aprendizajes no significativos. La construcción de conocimientos, la negociación de objetivos, la multiplicidad de recursos en las aulas presenciales están a la orden del día.

Excesiva fe, de otra, porque, no por estar usando tecnologías o formándose uno a través de un campus virtual o en la red, se garantiza que los materiales manejados y/o aportados vayan a ser necesariamente más interactivos, más auténticos o que el currículo vaya a volverse más constructivista. Precisamente, uno de los grandes desafíos de la educación es dejar de replicar algunas de las prácticas presenciales y esta vez, sí, “más tradicionales”, en los nuevos entornos digitales para la formación en línea. Considero que aún tiene que pasar un largo tiempo hasta que sepamos reencauzar todo esto y explotar la potencialidad de las distintas herramientas tecnológicas de manera adecuada a nuestras necesidades: las de formadores y las de formandos. Es como cuando el brote de los enfoques comunicativos. Uno vuelve a los manuales de entonces y ve que a la preconizada comunicatividad que, con la mejor de las intenciones, nos vendían, aún le quedaba mucho por andar. Pues esto es lo mismo. Estamos, efectivamente, en transición, aprendiendo y, por tanto, nos llevará un tiempo hacernos con este medio.

Con respecto a los roles (Castaño Garrido, 2003:54), que era un tema que me interesaba mucho, también me he llevado una gran decepción, porque lo cierto es que la información provista es más que somera y será necesario acudir a Coppola, Hiltz y Rotter (2002) para ver en qué sentido se producen cambios de rol en los profesores a nivel cognitivo, afectivo y organizativo, aunque este último es más previsible, en tanto en que todos somos capaces de anticipar, al menos, “la monitorización adicional a los estudiantes”.

En lo que sí coincido con el artículo es en el énfasis que se pone en la función del profesor como consultor de información, el de facilitador y creador y/o reconversor de materiales didácticos a otros soportes, aunque una vez más, ninguna de estas funciones o competencias es privativa ya de la enseñanza en línea. Hecho en falta otras menciones más específicas, como la de animador, gestor de equipos, dinamizador de las comunicaciones mediadas tecnológicamente, etc.

El punto positivo que le encuentro al artículo es la idea de proponer y recomendar la monitorización o tutelaje por iguales. Sería muy positivo poder contar con prácticas de este estilo en cursos sucesivos, aunque soy consciente de que su organización no será sencilla. A pesar de eso, se me ocurren algunas ideas al respecto:
  • en forma de roles, distribuirnos rotativamente, en tutores y alumnos
  • tener en consecuencia disponibilidad de la plataforma en tanto que tutores y alumnos respectivamente
Quizá esto está ya previsto en el CFP 325-13 o en otros cursos sucesivos. Si así fuera, genial, porque tendré la oportunidad de estrenarme de tutora al tiempo que continúo como alumna.

Por último, no quisiera acabar esta reflexión sin retribuir al autor el verdadero mérito que considero tiene este artículo y es el de ofrecer un estado de la cuestión que nos remite a las principales líneas de investigación sobre el tema. Eso sí, estado de la cuestión quizá un poco caduco, ya que, como bien sabemos, todo lo relacionado con las TICs, y en consecuencia, la enseñanza en línea, evoluciona de manera vertiginosa y exponencial… ¡Que Google nos pille confesados!

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